Por alguna razón, no sé, la película subtitulada se queda. Todavía la tengo en mi cabeza, como un coro inquietante que se negaría a irse. Un aire que se asemeja al Cerrone de la gran época, que tiene la apariencia de la bandera tricolor francesa y que hace que quieras moverte, menearte, como los protagonistas encerrados en la pieza.
En una secuencia, una pequeña secuencia de nada, Gaspar Noé me llamó la atención. Una escena maravillosa, perfectamente coreografiada e interpretada, iluminada con el talento loco de Benoît Debie. Un momento congelado en el tiempo pero aún así conmovedor, estimulante, desalentador, ver los cuerpos retorciéndose, mezclándose y convirtiéndose en uno. Un momento de pura creación que sienta las bases de lo que vendrá después y, paradójicamente, lo dice todo.
En menos de cinco minutos, Gaspar Noé y su compañía nos llevaron a bordo, nos invitaron y luego nos atraparon. En este breve momento, Noé da esperanza, o más bien la ilusión, de una cohesión, de una camaradería, de un verdadero amor colectivo. Detrás de las plataformas giratorias, Francia, gigantesca, observa a sus niños, a sus niños un poco perdidos para algunos que son, les guste o no, su descendencia.
Impasible, los escudriña, los escucha, como si supiera muy bien que la fractura era inevitable. Que a pesar de los abrazos, risas y abrazos, cada uno se quedaría inevitablemente en su propio rincón y terminaría solo, parado sobre sus propios pies.
En menos de cinco minutos, a partir de unas pocas cosas, una simple bandera, un grupo de bailarines y un puñado de diálogos, Climax logra dar una mirada justa y moderna a esta famosa cuestión de identidad, cuyos oídos están reservados a nuestros oídos.
Quizá me equivoque en eso. Tal vez Climax está vacío, que es sólo este ejercicio de estilo que se dispara a hurtadillas durante quince días, más o menos improvisado según los deseos y las situaciones. No tiene importancia. Tal vez no tenga ese derecho, tal vez no tenga, sólo, tal vez, la energía de una primera película. Y si ese es el caso, ya es muy bueno. Es incluso mejor, probablemente. Déjate llevar por una especie de pureza, por una locura instintiva, aunque sientas el trabajo detrás.
¿Improvisada, Climax?. Según su autor, sí, no está mal. Sobre todo una obra colectiva, donde cada uno aporta algo, contribuye a la construcción. Pero detrás del boceto, detrás de este deseo de capturar simplemente el momento, sentimos una verdadera obra de composición, tanto pictórica como narrativa.
Sí, podemos tomar Climax para una actuación simple. Pero una multitud de detalles, a veces apenas perceptibles, estimulan la reflexión, cada personaje alimenta un tema muy particular. Apenas esbozado, ciertamente, pero muy presente. Al igual que la edición, jugar con elipses y citas, que algunos reprocharán.
Una obra bicéfala y quebradiza, que parecerá tan vacía como profunda según las sensibilidades, Climax es, en cualquier caso y en mi humilde opinión, un viaje tan estimulante como inquietante, tan fascinante como difícil.
Una preciosa instantánea que encaja perfectamente en la filmografía de un cineasta que con demasiada frecuencia es incomprendido por sus detractores y admiradores, entrañable incluso en sus defectos, a los que espero volver a ver para buscar un significado que puede que no aparezca en ella, pero también y sobre todo para revivir plenamente esta experiencia.
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