El séptimo sello

En los frescos, en los discursos de los hombres de la iglesia, en la epidemia, en los espectáculos callejeros, en las máscaras y disfraces: la muerte.

Block camina con la serenidad de la mirada del erudito entre los diversos excesos del ser humano frente a su finitud, en una procesión alternativamente bufona y violenta, ceremonial y catártica. Dos grandes tendencias chocan: lo grotesco y lo sublime.

La compañía de teatro ilustra el primer acercamiento: fiesta, comida, vino, retozar en un claro soleado, canciones satíricas sobre la presencia del diablo que es un mono y «se queda en el otro lado». El hombre común desmitifica para comprender mejor.

La Peste Negra asola Europa

Pero estos paréntesis encantados son sólo breves destellos de luz en una imagen muy oscura, como la contrapartida de esta taberna grotesca. Un reino de desconfianza y violencia, el actor es maltratado como chivo expiatorio y convertido en un grotesco Cristo, obligándolo, hasta el agotamiento, a sacudir su miserable cuerpo para el sádico placer de la mesa.

Deliberadamente shakesperianas, estas escenas capturan con milagrosa exactitud las contradicciones humanas, el impulso hacia la ficción así como las tensiones de la superstición. Esto se evidencia aún más por este intercambio en el que el herrero, en una lucha verbal contra el amante de su esposa, es sorprendido por el escudero en el fondo por sus proyecciones más efectivas.

Frente a esta comedia humana, la superstición y el discurso de los eclesiásticos retoma violentamente sus derechos. La canción del bufón es interrumpida por los coros en una alucinada procesión expiatoria, donde los cuerpos torturados y los discursos imprecisos tratan en vano de alejar a la Peste Negra.