Red Joan (La espía roja)

Ciertamente, este no es el tipo de película de espías que bombea adrenalina cargada con edificios que explotan y el protagonista saltando de los rascacielos. Pero tampoco es una película sedada, y lo que está en juego no podría ser mayor: el equilibrio de poder entre Occidente y el bloque comunista al final de la Segunda Guerra Mundial.

Basado en la novela más vendida de Jennie Rooney, el guión de Lindsay Shapero juega inteligentemente con la ostensible seriedad de la pensionista ordinaria Joan Stanley (Dench), una mujer de unos 80 años que vive una vida suburbana tranquila y que es arrestada abruptamente como espía soviética en la primera escena, ambientada en el año 2000.

También es una historia de ideales y sacrificios que parecen imposiblemente lejanos en la época actual. A pesar de que afirma haber estado asustada todo el tiempo que estuvo robando documentos clasificados de su laboratorio, que se dedicaba a desarrollar la bomba atómica británica durante la guerra, la joven física Joan Stanley (Cookson) sólo demuestra valentía, inteligencia y furiosa convicción.

La historia va y viene entre la interrogación helada de la anciana Joan, que inicialmente niega todo, y sus recuerdos de lo que realmente sucedió. Ya que gran parte del pasado está entrelazado con sus relaciones amorosas, no se sabe con certeza qué tanto de los flashbacks le está contando a la policía, dejando a la audiencia con la satisfacción de saber más que los investigadores.

Es buena la película

Joan es una estudiante de física de Cambridge en 1938 y todavía virgen cuando la glamurosa compañera Sonia (la actriz checa Tereza Srbova) se arrastra por su ventana hasta tarde una noche para evitar a la madre de la casa. Es una reunión fatídica. Sonia y su apuesto primo Leo (Tom Hughes) son judíos alemanes y comunistas comprometidos.

Llevan a Joan a sus reuniones de estudiantes, a las que asiste principalmente para pasar tiempo con Leo. Es un fanático idealista y político que lidera mítines contra Hitler y anhela «una oportunidad para reconstruir la civilización de una manera totalmente nueva», y es fácil ver por qué la chica cae en sus brazos una noche, con el apoyo astuto de Sonia. Aunque nunca fue nombrado, el Anillo Espía de Cambridge, que incluía a la infame Kim Philby, flota en el fondo.

Como recuerda la mayor Joan, el gobierno británico accedió a establecer una instalación de fisión nuclear en Canadá para seguir el ritmo de los experimentos estadounidenses sobre la construcción de una bomba que acabaría con la guerra. Es en su peligrosa travesía del Atlántico a bordo de un destructor donde Joan y Max se dan cuenta de su amor por el otro, aunque es demasiado caballeroso para perseguir una aventura condenada.

No fue el amor o la aventura lo que finalmente hizo que Joan cediera a las súplicas de Leo y Sonia y empezara a pasar secretos de estado a sus encargados. Según cuenta a los interrogadores y a su hijo abogado Nick (Ben Miles), que se ha unido a ella incrédula, era la noticia de que los estadounidenses habían lanzado la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki, matando a cientos de miles de civiles.

A diferencia del verdadero espía en el que se basa, que entregó documentos secretos a los soviéticos por pura convicción comunista, Joan razona que la única manera de que el mundo esté en paz es crear una disuasión nuclear entre las superpotencias, poniendo la bomba en ambas manos para que ninguna de ellas pueda golpear a la otra sin consecuencias desastrosas.