Con una duración de 70 minutos, Last and First Men sigue siendo el único largometraje dirigido por Johann Johannsson (1969-2018), el compositor islandés que recibió nominaciones a los premios de la Academia por The Theory of Everything y Sicario.
Aunque el guión está basado en un clásico de la ciencia ficción y puede atraer a algunos aficionados al género, el texto y la partitura de Johannsson, bellamente escritos, junto con las descarnadas imágenes en negro y gris, lo convierten en un festival y una pieza de museo para un público culto, como los asistentes a conciertos y los amantes del arte moderno.
La narración se basa en una novela fundamental de 1930 del influyente autor británico de ciencia ficción Olaf Stapledon y cuenta cómo, dentro de dos mil millones de años, la humanidad habrá evolucionado en 18 especies humanas distintas. Una voz de la 18ª especie, visualizada como un rayo verde, se dirige a la primera especie, la nuestra.
En una voz en off urgente, Tilda Swinton describe cómo ella y otros seres humanos inmortales del futuro lejano han unido sus cerebros telepáticos en una «mente grupal». Es su último intento desesperado de resolver los alarmantes descubrimientos de sus astrónomos de que la vida en el planeta pronto se extinguirá.
A mitad de camino entre la ficción y el documental
Con una final asombrosa, la mente del grupo concluye que no hay solución. Pero todavía tiene valor el llamar a sus distantes ancestros – nosotros – como herederos de su sabiduría.
A mitad de camino entre la ficción y el documental, Last and First Men es una obra visionaria sobre los últimos días de la humanidad que amplía la capacidad del público para imaginar no sólo un inmenso marco temporal que abarca más de miles de millones de años, sino también enormes pasos en la evolución humana.
No hay personas en la película, ni actores. En su lugar, monumentos poco comunicativos se ponen en cuclillas en el suelo, colosos filmados desde ángulos surrealistas y acompañados por la hipnótica banda sonora orquestal de Johannsson.
Estos gigantescos monumentos de hormigón armado fueron filmados en los Balcanes. Fueron encargados durante la época del presidente yugoslavo Tito como monumentos en memoria de la Segunda Guerra Mundial y sus combatientes.
