«Yes, God, Yes» tiene lugar en la edad oscura de los primeros ‘aughts, donde las salas de chat de AOL ofrecían a los adolescentes posibilidades de coqueteo poco claras, y si tenías impulsos sexys al ver un vídeo tenías que rebobinar manualmente una y otra vez.
Alice (Natalia Dyer) es una adolescente que asiste a una estricta escuela católica, y su mundo no la ha preparado para el torbellino (perfectamente natural) de la pubertad. Su clase de educación sexual es impartida por un sacerdote. Los carteles que promueven la abstinencia se alinean en los pasillos.
No sólo está prohibido el sexo antes del matrimonio, sino que tampoco se permite la masturbación. Alice se toma todo esto muy en serio, y se preocupa mucho cuando la escena en «Titanic» (aquella en la que Kate Winslet y Leonardo DiCaprio vaporizan el coche) pone en marcha su motor.
¿Significa esto que se va a ir al infierno? «Yes, God, Yes», escrita y dirigida por Karen Maine, es una refrescante anomalía: una comedia de masturbación sobre una adolescente.
Maine se toma en serio la situación de Alice, pero mantiene una distancia prudencial, tanto mejor para lamentar los absurdos e hipocresías de los mensajes sexofóbicos. «Sí, Dios, sí» es franco sobre el sexo, pero también es gracioso sobre el sexo.
Una joven católica inocente
Alice es tan inocente que cuando se enfrenta a un rumor sobre el acto sexual que supuestamente realizó en una fiesta, tiene que preguntarle a su mejor amiga qué significa el término. (Su amiga no lo sabe.) Se pasa la mitad de la película tratando de averiguar de qué diablos se le acusa.
Temerosa de ir al infierno, se inscribe en un retiro espiritual de cuatro días, organizado por la escuela. Los graduados del retiro se pasean en un estado de felicidad, usando sudaderas a juego, y Alice quiere cualquier droga que estén tomando.
Sus deseos de aplastar sus impulsos impuros salen volando por la ventana en el momento en que llega al retiro y echa un vistazo a un adolescente llamado Chris (Wolfgang Novogratz). Ella se desmaya sólo de un vistazo a su brazo peludo.
Fui a un par de retiros católicos en el instituto y algunas de las escenas de «Yes, God, Yes» me hicieron estremecer en reconocimiento: la amabilidad desarmante, la novedad de ver a tus compañeros fuera del entorno escolar, la rareza de hablar de temas serios con tus compañeros, la presión de llorar cuando estás «compartiendo».
